martes, 3 de mayo de 2011

Versos cuánticos



A punto de entrar al Teatro Valle Inclán en Lavapies hace unos días para disfrutar del Falstaff de mi querido Pedro Casablanc; a punto de la gamberra, sutil, enérgica y estimulante versión adaptada y dirigida por Andrés Lima a partir de los textos de Shakespeare, Henry IV primera y segunda parte, decidí reencontrarme con uno de esos lugares que tanto me gusta recomendar si uno busca reencontrarse con el silencio y un cuaderno entre libros antiguos, entre energías propicias para las palabras y los versos, uno de esos lugares que desdibujan la denominación de la ciudad en la que uno se encuentra, así mismo el tiempo, y su impertinente materia, ese lindo café llamado LA LIBRE, donde un sol pletórico incidía desde la entrada con un empuje naranja de esos que recuerdo fácilmente en algún café de Montmartre a media tarde cuando reina en Paris el estío y sus mágicas y cuánticas probabilidades. Con la compañía de un café y alguna que otra pretérita nostalgia me lancé a la conclusión de un nuevo poemario en el que ya vengo trabajando hace algún tiempo o no tiempo. De repente apareció ante mí la silueta confusa de una chica joven sin rostro, me quedé deslumbrado cuando me me dijo: perdona, perdona que te interrumpa... El sol era tan insistente desde detrás que me quedé un poco cegado. Continuó preguntándome: ¿puedo hacerte unas fotos?... Silencio... sí, claro... ella: así, mientras escribes, pero antes por favor, mírame, ¿vale?... Silencio... le miro... Hace las fotos... Le sonrío... Disculpa, eh, sigue escribiendo... Lo hago... Se despide. En algún momento puedo ver ya su rostro joven, inquieto, con el brillo aceitunado en los ojos, propio de quien contempla la vida como si fuese descubriendo en ella por vez primera cada uno de los innumerables detalles... ¿Me puedes escribir algo aquí? me pregunta, mostrándome su cuaderno. Así lo hago. Le escribo un micropoema. Me pide mi e-mail para enviarme algún día las fotos... Y se va de allí diciéndome... Bueno, soy Marta... Yo Sergio, ¿de dónde eres?- le digo... De Granada, dice... y pienso en mi última Granada, y en aquellos versos que también escribí frente a la Alhambra cuando una guitarra española, muy, muy española cubría nuestros corazones con aquellas notas o Recuerdos, sí, Recuerdos de la Alhambra, ¿recuerdas?...
Esa chica me dice que se llama Marta. El sol empuja desde detrás de tal forma que su rostro casi no puedo ver, el sol empuja otro rostro, el de aquella otra niña, niña princesa, de mismo nombre, de distinta figura y sonrisa también llamada cuánticamente como ella, Marta.
Suena ahora también la guitarra de Andrés Segovia. Cuando acabo de recibir un par de aquellas fotos que me hizo. Gracias pues Marta por tus fotos... Nada es casual, todo es cuántico, todo señales con una cósmica lógica...

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