viernes, 2 de octubre de 2015

VICENTE PARRA, EL GALÁN SUAVE



           
            En Tranvía a la Malvarrosa, Vicente Parra interpretaba al Padre Cáceres, el confesor de los pecados que cometía conmigo, y con unos cuantos gamberros más, un jovencito Liberto Rabal. En aquellas secuencias de confesiones y livianas penitencias, un histórico galán del cine español pasaba apaciblemente el testigo a otro galán suave en ciernes. En el cine en ocasiones se producen momentos históricos cuyo valor documental no se aprecia hasta después de un rodaje, tal y como explicó en cierta ocasión José Luis García Sánchez. Y es que poco después del estreno de la película en la que Parra, metido en sotana, le dijera a Liberto aquello de… Serías un santo si no hubieras caído en esta Babilonia que es Valencia…, el galán eterno y suave abandonó el mundo para habitar en él por siempre en los celuloides.
            Cuando regreso a la película, a aquel rodaje del 95, que es regresar a aquella Valencia de los años cincuenta, sonrío siempre ante el entrañable momento de Parra diciéndole a Liberto ¿Ya tienes novia?... Una novia puede llevarte a Cristo mejor que tu padre que es un antiguo… Se lo afirmaba al tiempo que sonaban en la calle las notas que anunciaban el paso del afilador, sonido que me remite siempre a las infancias, a las calles, a las casas de los abuelos, hasta donde trepaban también aquellas notas sopladas en su totalidad de arriba abajo, de abajo a arriba, alcanzando el balcón, e introduciéndose en el interior de esa casa sencilla con aroma a perejil, a tomate de huerta, a tabaco negro, a colonia familiar, a frutas de estío,  y a todos los efluvios, en fin, que en la cocina la abuela originaba a fuego lento, y que se filtraban hasta el pequeño salón donde un niño moreno y peinado como un futuro galán, quedaba extasiado frente a las películas que emitían en la televisión Blaupunkt de carcasa de madera, y que olían a caracoles con tomate, a paella de pollo y conejo, a pimiento y a berenjenas al horno… Sí, así olían las películas de la tele. Y si me apuran, así olía Alfonso XII.
            - ¡Mercedes, corre ven, la película de Alfonso XII! 
            Mi abuelo Joaquín abandonó los naipes de su Solitario y quedó fumando su ducados frente a la tele, cantando: “¿Dónde vas Alfonso XII, dónde vas triste de ti?”… Mi abuela salió de la cocina limpiándose las manos y quedándose a contemplar sonriente a su majestad Vicente Parra.
            - ¡Calla Joaquín! – Mi abuelo dejó de cantar- Ay qué guapo Vicente Parra… Qué fino…
            - Y de Denia.
            - No –corregía mi abuela- de Oliva.
            El afilador continuaba en la calle su paso. El mismo afilador que acontecía bajo, en la calle del celuloide, algo más de diez años después en el matinal y protocolario pase del cine de Madrid.

            Vicente Parra nació en Oliva en febrero de 1931, dos meses antes de que naciera también una República con reformas en educación y cultura popular que, de haberse establecido sin el criminal quebranto de los militares, podría haber generado una existencia algo más liviana y merecida que la que padeció en silencio el conocido actor. Con todo, en plena dictadura tuvo unos cimientos rotundos en las compañías de Luis Prendes y Amparo Rivelles. Pero su mayor éxito fue en el cine, ¿Dónde vas Alfonso XII?, de 1958; y su posterior secuela ¿Dónde vas triste de ti?. Títulos paradójicos o premonitorios, ya que la España oscura de la dictadura de Franco no podía aceptar a un Rey Alfonso XII con tendencias alejadas de Marías, y más próximas a otras masculinas mercedes. Era educado, muy generoso, y nada le gustaba más que aquellas tardes que pasaba junto a su querida amiga Sara Montiel, viendo películas en video de Greta Garbo, o de Marlene Dietrich, en una especie de discreto crepúsculo de nacionales dioses. Haber compartido con él cartel en una película es algo que me hizo mucha ilusión. Pero no tanta como a mi abuela Mercedes.

(artículo para el libro conmemorativo de los 150 años de LAS PROVINCIAS)