jueves, 27 de enero de 2011

la voz de nuestros mayores

Viejo:
Quince años que ha vivido ella, son ella misma. Pero ¿por qué no decir que tiene quince nieves, quince aires, quince crepúsculos?¿No se atreve usted a huir?, ¿a volar?, ¿a ensanchar su amor por todo el cielo?
Joven:
(se cubre la cara con las manos)
¡La quiero demasiado!
Viejo:
(de pié y con energía)
O bien decir: tiene quince rosas, quince alas, quince granitos de arena. ¿No se atreve usted a concentrar, a hacer hiriente y pequeñito su amor dentro del pecho?
(...)
Así que pasen cinco años
LORCA

para todos aquellos adolescentes que siguen pensando que nuestros mayores no tienen ya nada que decir...

lunes, 3 de enero de 2011

La forja de un Comunicador

Hace tiempo me hice una determinada pregunta: ¿Qué nos diferencia como comunicadores potenciales en nuestro país con respecto a otro tipo de naciones como Inglaterra, Francia o Alemania?
Desde el mismo instante en que cerré calladamente el signo de interrogación a tal cuestión acudió a mí enseguida la respuesta, esa que me ha acompañado durante todos los años de formación y docencia en el Arte Dramático: Que sencillamente no lo somos.

No voy a negar que existe gente en nuestro país, en cada una de sus geografías, con un don natural para expresar ideas, ilusiones, revolucionarias propuestas; y otras que, por el contrario y debido a circunstancias diversas (educación, familia, historia personal, etc) sencillamente no lo tienen. ¿Es esto un problema? Definitivamente no, porque todo ser humano es susceptible de llegar a ser, no solo un comunicador, sino un buen comunicador, potenciando sus capacidades, sus posibles “armas” fusionando la actividad docente de oratoria y comunicación con la de los juegos propios de formación y práctica actoral, así como con ejercicios de afianzamiento personal a nivel individual o en medio de un grupo de trabajo.

Por ir añadiendo preguntas para el hallazgo de soluciones, también deberíamos formularnos: ¿Qué hace a los otros países tener, en un amplio sentido general, una buena disposición para la comunicación por parte de sus profesionales?

Esta es una pregunta que muchos se han hecho a lo largo de los años y que encuentra respuesta en un sencillo punto que a casi todos se les pasa por alto. No para quienes nos dedicamos a la formación y a la actividad del Arte Dramático durante considerable tiempo y diversidad de fórmulas.

¿Respuesta? Ahí la tienen:

Es un sencillo problema de Educación.

Lejos de las tradicionales fórmulas educativas de otros países forjadores de oradores y convincentes agentes de la expresión de ideas a base de una educación que desde edades tempranas a caminado de la mano del ejercicio teatral, tanto en escuelas primarias como secundarias y estudios superiores, en los actuales Centros Educativos de nuestro territorio nacional, aunque existen voluntades concretas y particulares muy localizadas en algunos colegios públicos, en otros privados, donde se prima considerablemente la actividad oral en el alumnado, no hay que negarlo, el hecho constatado es que la mayoría de los estudiantes no han vivido el recomendable ejercicio de levantar una obra teatral entre los compañeros y resolverla para un determinado grupo. Esta dinámica siempre ha potenciado la voz, el gesto, y en definitiva el conocimiento enorme de uno mismo y de las capacidades y defectos para la expresión escénica de los demás compañeros. Sin un análisis o estudio concreto se forjan así, con la puesta en marcha de varios montajes paralelos a su formación, futuros profesionales que lejos del Teatro, ya encarando sus profesiones hacia los más diversos campos, son conocedores de la contextualización en el espacio, del potencial de sus gestos concretos y de la economía de los mismos, de la estructuración de los textos y de los mensajes, soterrados o no, que han de lanzar a una audiencia o a un solo cliente. Se queda sellado en las naturalezas de los chicos jóvenes que han sabido rescatar los subtextos de los autores clásicos o contemporáneos, que han sabido luchar contra los elementos en grupo, en trabajo colectivo, para dar forma a una pieza de teatro como una entidad concreta y nada endeble donde se ha sabido elaborar una selección de signos interpretativos no sólo en la actuación, sino también en cada uno de los departamentos (vestuario, escenografía, etc) todo aquello que es importante para que el mensaje, la idea de la obra, sea alcanzado sin dificultad por todo espectador, toda audiencia. Nada curte más que esta dinámica tan aplicada en países europeos ya anteriormente citados

En el nuestro, por el contrario, aunque apuntábamos que de manera puntual y muy localizada, desde cursos tempranos ejercitan el enfrentarse al momento tangible y real de exposición de temas o evaluaciones delante de sus compañeros que actúan de ese modo como una audiencia, como un tipo de público. No se llega a la amplitud de la actividad porque no se soluciona en ese sentido la carencia posterior y general de la que hablábamos. No, claro que no. Rotundamente no. Porque estas prácticas consisten en ir forjando un poco la oratoria, el enfrentarse con público, sí, pero nada de la proyección de voz, de la economía del gesto, de la gestión de los signos, de los puntos de inflexión, del asumir la estructura narrativa de la exposición, del dominio de las pausas dramáticas, del pisar con corrección el suelo, de dominar el lenguaje escénico, de saberse capaz de convencimiento y figurado aplauso, de conocerse perfectamente (dónde se encuentran nuestras carencias, cómo suplirlas; dónde nuestras virtudes, cómo mostrarlas). No, claro que no enseñan eso en escuelas ni en posteriores Centros de Estudios Superiores ni Universidades nacionales nuestras y por ello los posteriores pánicos escénicos insuperables de abogados licenciados cum laude ante sus primeros cursos, o el de ciertos comerciales o ejecutivos de cualquier índole o ámbito que deben convencer con mensajes e ideas, sobre una nueva fórmula o producto.

En el resto de países SÍ que tienen esa capacidad interpretativa, ese poder de comunicación, ese saber desplegar mecanismos escénicos ya sea para una conferencia ante cientos de oyentes, ante una charla con un grupo de clientes, en presentaciones, en exposiciones de productos o ideas. Y la tienen por una razón muy sencilla, la llevan en el código genético, la han entrenado de un modo subconsciente o no, porque en todo momento en ciertas naciones se ha forjado una educación y práctica teatral paralela a los estudios académicos. En ciertos lugares docentes incluso se ha dado una importancia de asignatura al hecho del Teatro y la Interpretación. Sabiendo que somos todos Actores en la vida, al fin y al cabo, interpretando roles diferentes cuando nos sumergimos en los determinados ámbitos laborales.

Actualmente existen cada vez más en nuestro país Talleres, Whorkshops, Seminarios sobre Interpretación o Teatro, cuyo contenido, la mayoría de las veces es dirigido a propios profesionales o estudiantes de Arte Dramático, labrando un sistema endogámico que debería abrirse a otros campos. Y, así mismo, también hay monográficos o cursos de oratoria y comunicación para los profesionales no actores. Pero por qué no fusionar ambas disciplinas para en un período razonable probar a conocernos y potenciarnos nosotros mismos, saber modular la voz, expresar con nuestro gesto y movimiento, economizar el tiempo y saber matizar los mensajes, los signos. Claro que es posible. Y hacerlo con prácticas grabadas para inmediato posterior análisis, dándole al profesional que se lanza a estas prácticas revolucionarias de formación las armas y directrices necesarias para tener a lo que agarrarse empíricamente frente a los posteriores desafíos ante audiencia o clientes.

Es posible, claro que sí. Y lo es porque todos y cada uno de nosotros tenemos dentro el potencial de un comunicador único. La cuestión es sencilla, sólo saber explorarlo, localizarlo, entrenarlo, preparar ese potencial para que emerja en esas concretas ocasiones en las que el resultado de un enorme y notable trabajo anterior por parte de todo un equipo, de toda una empresa, llamado producto o idea no quede diluida en la sala, no alcanzada por las mentes y corazones de los asistentes por culpa de un no conocerse a uno mismo como se debería en el contexto de una exposición ante decenas o más de cien asistentes.