sábado, 14 de mayo de 2011

Pájaros o señales...


El viernes fue un día curioso. Uno de esos días en los que suceden muchas cosas fascinantes condensadas en una sola jornada. Pero básicamente el viernes fue el día de los pájaros. Salí a desayunar a la terraza y me encontré con una imagen propia del imaginario surrealista buñueliano: Un pájaro pequeño, negro, elegante y quieto yacía en la gravilla blanca con las alas en cruz. La muerte pequeña había acudido a mi terraza. Era la primera vez que acudía ella en forma de grácil pájaro. Con delicadeza y con la ayuda de un plástico recogí la materia inerte de aquel pájaro de canto y vuelo ya ausente y lo llevé adentro donde lo metí en una bolsa de esas que guardamos del Mercadona para reciclarlas como bolsas de basura... ¿basura?... No, tú no eras eso pequeño amigo o no amigo. Pero así fue tu inmediato y breve funeral de plástico. Al tiempo que lo introducía en la bolsa me giraba hacia una de las estanterías donde me encontraba con un afiche de la Filmoteca en el que Tippi Hedren huía de los foscos pájaros. Pasé junto a ella hacia el pequeño estudio donde ubico mi ordenador, más libros y apuntes. Abrí el correo y el poema que me enviaron para recitar en El Puig, en el homenaje a Gloria Fuertes era "Los Pájaros no tiene dientes"...
Al final de la mañana, ya ubicado el suceso en el habitáculo del fácil olvido quedé con una persona muy especial junto a la catedral, en una tranquila terraza cuya última mesa recoge la sombra de un notable olivo. En un momento determinado una paloma se unió a nosotros, frenando el aleteo a unos centímetros de mi cara y descansando final y felizmente en nuestra mesa. Se trataba de una esas que tan esquivas se muestran de normal, tan recelosas y huidizas. Pero no en esa ocasión precisa en la que por vez primera en mi vida la vi actuar con la personalidad propia de otro ser distinto a su condición. Con calma y seguridad se dirigió a nuestro plato de cacahuetes y quicos y ante nuestro asombro y risa comenzó a comerse uno a uno todos los que quedaban en el plato sin prisa, con temple y serenidad casi humanas. Mi amiga le invitó a subirse a su dedo. Y la paloma urbana y gris, de patitas rojas como sus ojos diminutos pero cargados de polución no desestimaba la invitación. Se le hizo fotos en su festín. Se quedó con nosotros, participando silente pero protagónica en nuestra conversación. Y ya plenamente saciada se marchó tal vez a otra mesa de otra terraza a por una caña bien fría tal vez.
Estuve a punto de contarle a mi amiga el suceso de esa misma mañana. No lo hice. Pero hoy todavía sé que, aunque aun indescifrable, ambos sucesos forman en conexión parte de un mensaje o señal como todas las señales o mensajes diarios que suceden a nuestro alrededor aunque vivamos nuestros días sin apercibirlos por culpa de esas consabidas huidas y velocidades.

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