jueves, 5 de mayo de 2011

Dios te Salvi Julio


Dicen que la elegancia suele medirse en ocasiones con la discreción y el silencio. En ese caso, atendiendo a esa premisa que sí, definitivamente comparto, se nos ha ido uno de los más elegantes actores valencianos; y por ser coherente consigo mismo, se ha ido de la más elegante forma, con un callado mutis. Porque Julio, al igual que todos aquellos actores de reparto que nutren la historia de nuestros escenarios ha tenido siempre esa finura de terciopelo rasgado por versos o dagas sin afilada punta al entrar a escena y salir de ella como el sueño homérico, o la quimera del humo preciso que suele ser la materia que adopta el tiempo o no tiempo frente a ciertos ojos necesitados de otra cosa distinta a telediarios y otras farsas diarias. Julio se filtraba en la vida y en la escena como un bailarín perfecto, como una nube melancólica y alegre con tintes de galán de antaño. Julio, tenía educación aristocrática en escena, en cajas, en camerinos, bares, barrios y otros ciertos ámbitos. Julio era un señor, muy muy querido, un ejemplo de sabiduría condensada en un enorme ser humano cargado de generosidad silente, cargado de humanidad prodigiosa. Esa humanidad es lo que más me fascinaba como actor cuando lo contemplaba como espectador en cualquiera de los teatros valencianos, cada vez menos, cada vez el teatro apagándose como se apagan todos los discretos señores del teatro valenciano. Esa humanidad cuando le contemplaba ejerciendo en alguna ocasión entre cajas apunto de escuchar mi pie para entrar yo mismo a escena, o en algún plató de televisión donde se reciclan los grandes del entrañable teatro para poder lidiar con facturas e hipotecas. Con Julio muere otra biblioteca más. Y eso es lo que más nos tiene que doler, que se mueran las bibliotecas, que se mueran los teatros, que se muera la cultura. Julio era de esa estirpe que debería ser ensalzada con respeto, no solo por los propios de su generación, sino por todos los rostros jóvenes que se asoman a escuelas de interpretación en busca de la inmediata aparición en revistas adolescentes de televisión y moda y ya no pretenden el trasvase de experiencias, de aquellos años o siglos de cómicos viajando de pueblo en pueblo o, como diría Fernán Gómez, viajando a ninguna parte. Julio es la historia del sainete, de la supervivencia de los sueños, de la utopía como única salida a esta y otras crisis morales y éticas donde la avaricia, la codicia, el hambre de poder y dinero nos ha llevado al sálvese quien pueda y el fraude emocional de quien tenemos justo acariciándonos al lado. Cada vez que me encontraba con él sucedía un abrazo enorme y prolongado, de esos en los que se dicen muchas cosas sin la necesidad de palabras. Luego me quedaba escuchándole, tirándole de ese hilo que me gusta siempre tirar, el de las reminiscencias y los recuerdos de los mayores, no por edad, sino por experiencia vital en lo que más amo, la literatura, el cine, el teatro. Y así coleccionar anécdotas con las que aprender un poco más de ese universo incontrolable o no llamado ser humano. Ayer supe que ya no volveré a encontrármelo en la calle Caballeros, ni en la cafetería del Rialto, ni en la Nave de Sagunto, donde tanto se quejaba el pobre por la humedad, pero ahí salía fuerte y entregado a su público aunque los pulmones se resintiera. Qué luchador fuiste siempre Julio.
Gracias por tu sonrisa, tu generosidad, tu generosidad, paciencia, resistencia y fe en un mundo más justo y en una Valencia recuperando algún día su esplendor teatral y cultural. Gracias Julio por haberme aceptado hace años esa amistad precisamente no de facebook. Te imagino ahora con chaqué bailando con chistera entre nubes el Parlez moi d,amour de Lucienne Boyer. Dios te Salvi, amigo. Te contemplo entre cajas esperando mi pie para bailar contigo y con otros tantos allí mismo dentro de mucho o no mucho.

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