En pleno viaje de documentación y estudio para mi nueva obra de teatro que sitúo en el Londres de 1896, me he encontrado con esta foto maravillosa que he querido compartir con todos vosotros. Se trata de un retrato de la actriz Ellen Terry a la edad de diecisiete años. En todas y cada una de las imágenes de cada uno de los personajes que van apareciendo en mi viaje, se percibe una clara antigüedad en sus actitudes, miradas, gestos. Pero aquí... Aquí el misterio de lo atemporal y cuántico acontece de un modo mágico. Me he quedado prendado con esta imagen, con esta joven actriz que perfectamente podría haber sido fotografiada ayer mismo en un rincón cualquiera de cualquier Teatro del West End.
Sigo anclado a sus hombros, a su cuello grácil y su sereno rostro pensativo. A esa mano melancólica sujetando su collar a aquel recuerdo que no se aleja de su alma, aquel nombre, aquel apellido de hombre que tuvo que negar y negarse, que tuvo que no seguir viviendo, pero que le acompañará siempre... porque hay nombres y apellidos que aunque naufragan en las miradas, siguen navegando en las pieles hasta lo infinito.
El nombre de esa actriz de diecisiete años es Ellen Terry. Le queda mucho por hacer, muchísimo. Será una de las más grandes. Mucho antes de que nazca eso llamado cine. La foto es de 1865, pero en realidad fue sacada ayer mismo en Londres, y virada a sepia en el ordenador de una amiga suya que apunta maneras como fotógrafo. Sí, de eso estoy seguro.
Sigo el viaje hacia mi obra, descubriendo en cada rincón del laberinto de documentos históricos que puedo enamorarme aun, que puedo hacerlo incluso de alguien que está viviendo en otro tiempo. Y que puedo soñar con un sueño que habita en otra estancia de este juego incomprensible o no de dimensiones infinitas que supone este oficio maravilloso denominado Teatro...
Buenos días soñadores...
miércoles, 16 de octubre de 2013
martes, 8 de octubre de 2013
Larga eternidad Patrice...
El gran sueño de la vida de cineasta de Patrice Chéreau fue rodar la historia del exilio de Napoleón con Al Pacino. Nunca se llegó a cumplir. Chéreau contaba que "si hubiera aceptado a Scarlett Johansson se habría hecho".
Pero se negó.
...
En alguna dimensión desconocida deben habitar todos esos proyectos teatrales o cinematográficos que no pudieron ser aquí, pero que sí lo fueron en ese interrogante o infinito al que tal vez acudimos todos. Del que tal vez todos venimos. Allí espero poder tomar café contigo, en la terraza del de Flore, tal y como imaginé mientras estudiaba tu nombre y obra cierto mes de invierno durante mi viaje de estudiante de Dirección y Dramaturgia. Tal vez allí sí tomen café con nosotros Pacino y la Johansson, en una pausa del rodaje. Y tal vez, sí, por qué no, lleve yo también puesto el uniforme de oficial francés, cuando llegue el ayudante de dirección para decirnos a todos que no nos podemos entretener, que continuamos con el siguiente plano...
Buenos días soñadores. Larga eternidad Patrice...
martes, 1 de octubre de 2013
Os equivocáis...
Os equivocáis cuando decís que a este gobierno no le importa la Cultura. No sabéis lo que decís...
Le importa y mucho... Este gobierno ve importante la Cultura, muy importante, porque entiende lo que puede generar en la razón y la lógica de los ciudadanos. Esos que luego votan. Esos que pueden dar o quitar el poder. Os equivocáis sí.
A este gobierno le importa mucho la Cultura. Tanto que la considera peligrosa. Como peligroso fue Sócrates, o Galileo, o Cristo, o Lope, o Lorca para la derecha y la Iglesia de cada momento y lugar.
Pero aunque les gustaría acabar con ella de raíz, con la Cultura. Simulan con rostro amable que no se puede hacer otra cosa que recortarla, que no es otra cosa que, de un modo programado, vil y sistemático, ir poco a poco aniquilándola. Quisieran hacerlo como se aniquiló entonces a profesores, poetas, actores, bailarines, pintores, escritores, editores, y hombres y mujeres de luz, de bien, con ideales, con alma...
Pero es una época de tecnocracia y disfraz que no necesita de acciones militares para acabar con ella, con la Cultura. Es quitándole poco a poco su oxígeno, muy poco a poco, muy lentamente...
Os equivocáis, insisto, sí que es para este gobierno importante, y mucho, la Cultura...
Y es que la forma que adopta la Dictadura en esta disfrazada Democracia es visible a quienes quieran verla.
lunes, 16 de septiembre de 2013
De pensionistas a pesimistas...
... y con razón. Porque aunque no queramos asumirlo, aunque nos venga mejor bailar con la orquesta evitando la constatación de que España es un Titanic que se hunde, lo cierto es que este Cortijo Eclesiástico y de los post franquistas engominados o progresistas de jaguar y casa en la Moraleja camina hacia una inexorable circunstancia nada esperanzadora. La generación del baby boom, a la cual pertenece uno, comienza a encontrarse a dos décadas de la segunda infancia o el olvido -que diría Shakespeare-. Vamos, que en unos diecisiete veranos nos vemos ya viejos. Y cuando eso llegue, que será pasado mañana si nos descuidamos en cuatro otoños, convertiremos en nuestro país -si es que de país algo queda para entonces- en uno de los de que mayor número de pensionistas. España se está convirtiendo en el mayor Geriátrico imaginable. Se ha calculado que en 2052 seremos 15 millones de pensionistas frente a los 9 millones actuales. El Baby Boom, se convierte así en el Yayo Boom. El PP, ese partido de enormes cabezas cardadas y pensantes como la de Ana Botella, ante estos datos, pretende recortar las pensiones a partir de 2014 en 33.000 millones de euros. Y eso para empezar. Continúan así aniquilando de un modo sistemático nuestro futuro y el de generaciones posteriores, su educación, su cultura, su sanidad, su vejez, al ver a la gente que no es pija, del OPUS o rica como parásitos a exterminar...
Pero sigan votándoles, claro que sí, que siga la fiesta. Yo de momento me voy a tomar otro relaxing café con leche cerca de ese gigantesco psicólogo que tengo en Madrid y que se llama Retiro.
Buenos días, soñadores...
Pero sigan votándoles, claro que sí, que siga la fiesta. Yo de momento me voy a tomar otro relaxing café con leche cerca de ese gigantesco psicólogo que tengo en Madrid y que se llama Retiro.
Buenos días, soñadores...
domingo, 28 de julio de 2013
Un sábado en Grecia...
Ayer fue una jornada especial. Se trató de un sencillo sábado en el que me lance por la mañana a por 15 km, corriendo entre pinos, algarrobos y algún olivo. Entrenamiento antes de una nueva sesión de ensayos en la sala negra del Principal. Seguidamente estuve corrigiendo las galeradas de FUERZA Y HONOR, mi nuevo libro, y por tanto regresando a Atenas, a la isla de Egina, a mi cuántico encuentro con Filípides y Melciades, a aquel plato maravilloso de macarrones con pulpo, a mi caricia furtiva al muslo de una de las cariátides, y a mi llegada a meta en el Panatinaikos.
Ayer también, ya por la tarde, acudí a mi obligada cita con Celine y Jesse. Y diez años más o menos después de Shakespeare and Company y el Sena, se encontraban en Grecia con sus hijas gemelas y un Mediterráneo lleno de sensaciones antes de un anochecer cargado de amor y lucha, de realidad y conflicto.
Viéndoles alcanzar otra tercera década, me veía tan reflejado en idea y piel, en corazón y verbo con ellos...
Ayer estuve en Grecia, de nuevo, de varias formas en un solo día, sin ella pero con ella, más allá de skypes y whatsups, más acá con su sonrisa viajando directamente a mis labios de un modo posible y cuántico. Pensé por la noche, cuando me preparé para cenar un pa amb oli en mi terraza como improvisado homenaje mallorquín, que no hay nada como el Mediterráneo, nada como su poder para suavizar ciertas cosas siempre, que somos afortunados por vivir en una zona tan especial y mágica, aunque algunos hablemos en italiano, o árabe, o castellano, o francés, o griego. Y que no hacen falta las palabras para entenderse de verdad, son ellas las que consiguen confundirnos. Sólo en el silencio Jesse y Celine regresan a sus veinte en Viena, sólo así, calladamente somos posibles todos y cada uno de nosotros en conquistado entendimiento antes del anochecer o en el anochecer mismo.
No sé vosotros pero al comenzar a preguntarme qué será de ellos dentro de otros diez años, me doy cuenta en esta ocasión que ya puedo imaginármelo... Será la edad supongo que hemos cumplido Jesse y yo... será eso, supongo...
Ayer también, ya por la tarde, acudí a mi obligada cita con Celine y Jesse. Y diez años más o menos después de Shakespeare and Company y el Sena, se encontraban en Grecia con sus hijas gemelas y un Mediterráneo lleno de sensaciones antes de un anochecer cargado de amor y lucha, de realidad y conflicto.
Viéndoles alcanzar otra tercera década, me veía tan reflejado en idea y piel, en corazón y verbo con ellos...
Ayer estuve en Grecia, de nuevo, de varias formas en un solo día, sin ella pero con ella, más allá de skypes y whatsups, más acá con su sonrisa viajando directamente a mis labios de un modo posible y cuántico. Pensé por la noche, cuando me preparé para cenar un pa amb oli en mi terraza como improvisado homenaje mallorquín, que no hay nada como el Mediterráneo, nada como su poder para suavizar ciertas cosas siempre, que somos afortunados por vivir en una zona tan especial y mágica, aunque algunos hablemos en italiano, o árabe, o castellano, o francés, o griego. Y que no hacen falta las palabras para entenderse de verdad, son ellas las que consiguen confundirnos. Sólo en el silencio Jesse y Celine regresan a sus veinte en Viena, sólo así, calladamente somos posibles todos y cada uno de nosotros en conquistado entendimiento antes del anochecer o en el anochecer mismo.
No sé vosotros pero al comenzar a preguntarme qué será de ellos dentro de otros diez años, me doy cuenta en esta ocasión que ya puedo imaginármelo... Será la edad supongo que hemos cumplido Jesse y yo... será eso, supongo...
sábado, 29 de junio de 2013
Despertarás ayer...
Hay un lugar en el que la magia existe, en el que se hipnotizan las almas en un baile de versos, o diálogos en prosa. Hay un ir y venir, con pies de niño, en un camino de nubes o folios almendrados por la negritud traviesa de esas hormiguitas alineadas llamas letras, palabras. Hay un pretender convertir el texto escrito en carne, verbo y alma. Y hay tanta pasión, juego, sombras y magia en ese ejercicio de soñadores que es el Teatro, que un buen día te puedes encontrar con la absoluta certeza de que estás despertando ayer, de que te puedes saltar todas las leyes de los calendarios y las físicas, porque de súbito te encuentras con la emoción de estar levantando un nuevo proyecto, y es con Diego, con Noelia, con Josep, con Toni, actores a quienes tanto admiras desde ese ayer en el que de súbito hoy despiertas. Pero sobretodo es sentirles a ellos dos a tu lado, una vez más, saltando veinte años hacia atrás, regresando a bosques de Arden, islas de Prósperos o sangrientas Bodas de Lorca. Es escuchar sus risas de duendes, sus miradas de niños incorruptibles que quiero tanto como se quiere a lo que más se quiere en esta vida. Es estar con Jaime y con Olga, y es volar, hacia un territorio feliz y reencontrado de fantasía, misterio, y magia, en el que no quiero despertar, aunque la voz de Casany te lo sugiera con una cuenta hacia atrás... 3... con una voz susurrante e hipnótica... 2... con la que Despertarás ayer... 1... ya incluso en la primera lectura...
lunes, 13 de mayo de 2013
Un Teatro para no olvidar este Tiempo
Artículo que me han pedido para la Universidad Miguel Hernández de Elche
En estos
momentos en los que estamos, no sé si viviendo, quizás sufriendo en Europa, una
camuflada Guerra Mundial que está derivando en la aniquilación de mucho
territorio socio-económico conseguido a partir de la lucha de tantos y tantos
que nos precedieron; en estos momentos en los que estamos en medio de una época
que no muere y otra que no termina de empezar a nacer, que es como definía
Brecht un período de crisis; en estos momentos de supervivencia, más que nunca
y como cada una de las veces que la humanidad se ha encontrado ante una brecha
existencial, moral, ante un nuevo abismo, es cuando el Teatro ha de permanecer más
vivo, y más ha de mantener su pulso, su latido, con mayor vehemencia de poética
y protesta, regresando a su primitiva esencia, a su mínima expresión si es
necesario, o mejor dicho si no nos queda otro remedio. Pero, ya sea mediante la
danza, la expresión corporal, o con texto escrito en cualquier idioma que al
cobrar viva carne y alta voz en la escena se convierte en universal lenguaje;
ya sea en cualquiera de las disciplinas, debemos ponerle al hombre o a la mujer
un espejo ante sus propias condiciones o naturalezas, ante sus propios momentos
porque es urgente un Teatro que no haga olvidar a las personas de hoy y del
mañana, el tiempo que desde hace unos años estamos viviendo donde se nos está
vendiendo una problemática financiera cuando en realidad se trata de una
incuestionable farsa orquestada por unos pocos que se enriquecen millones de
veces más a costa de empobrecernos más o menos millones de veces a todos y cada
uno de nosotros.
El Teatro no
puede dejar pasar esta oportunidad histórica. Los autores tienen una ocasión de
oro de cuestionar a los dioses, esos actuales señores de corbata y pelo
engominado que calibran con suavidad cifras y balances que repercuten en una
mengua de nuestro bienestar social. El Teatro eso debe hacer como plataforma de
pensamiento crítico y libre, aunque sufra una persecución en forma de cifra,
21%, pues es el tiempo de las cifras como armamentos tangibles, no ya las
metralletas o los distintos proyectiles, sino la de los números, los
porcentajes, que aniquilan a las sociedades como arma bacteriológica, poco a
poco y de las más vil de las formas, que es matando las esperanzas y las
ilusiones de millones de personas, que poco a poco contemplan con interrogantes
funestos su fosco futuro. El Teatro tiene entonces la obligación moral e
histórica de resarcir esa esperanza, esa ilusión, aunque sea en la calle bajo
la lluvia, en la carpa parcheada, en el garaje prestado, en un piso cualquiera.
No es
momento de lamentarse demasiado. Es momento de pasar a la acción, de actuar,
paradójicamente actuar, de ser conscientes desde nuestra plataforma y con
nuestras herramientas propias que estamos viviendo una oportunidad única de
provocar un cambio. Es momento de plantearse cambiar el mundo desde un
escenario cualquiera a partir de sesenta o menos folios. Es momento de creer en
ello. Es momento de no tener miedo. Es
momento de pensar menos en uno mismo y sí en conciencia colectiva. Es posible,
creadores, porque es nuestro momento por mucho que pretendan lo que tantas
veces a lo largo de los siglos, silenciar nuestras voces, neutralizar nuestros
rostros. Jamás lo conseguirán. Porque jamás lo consiguieron.
Adiós, mamá Carmen...
Acabo de enterarme, mientras veo la gala de Premio Max, que se nos ha ido Carmen Belloch... No puedo creerlo. Recuerdo de repente, con una sonrisa amarga, cada una de las ocasiones que volvía a coincidir con ella como hijo suyo en una nueva película, lo que nos reíamos juntos:
- Hijo, coño, pero qué pesadito eres, ¿es que te tengo que tener en cada película?...
- La culpa es tuya mamá, por llamarte Joaquina en esta nueva, que mira que es difícil el nombre, pero encima es como se llama mi madre, la de verdad, no la cinematográfica...
Cómo me he reído con ella en cada una de las pausas de cada uno de los rodajes. Cómo admiré su coraje, su valentía, su no medir donde ni junto a quien según qué palabras.
Te voy a recordar sencillamente como la última vez que te vi en el Rialto, cagándote en todo con esa personalidad arrolladora tuya, con esa risa de eterna e indomable cachonda.
Te mando un beso, y que sigas liándola como siempre por ahí abajo o por ahí arriba...
jueves, 9 de mayo de 2013
Un viernes cualquiera...
Hoy es un viernes en el que, tras doce kilómetros de entrenamiento, me dispongo a impartir una nueva sesión del Taller de Interpretación Cinematográfica en el MUVIM. De ahí, rápidamente acudiré al ensayo de LA CANTANTE CALVA. Por la tarde me espera un viaje a 1934 con los tres personajes de la obra de teatro que estoy escribiendo, a los que abandonaré a eso de las 7.30 pues tendré que prepararme para una noche en el Principal para disfrutar de EL PÁJARO DE FUEGO de Igor Stravinski con coreografía de Davy Brun.
Hoy es un nuevo viernes en el que necesito la Cultura como el pan, como cualquier lunes, martes, miércoles, jueves, sábado o domingo pues es el más certero alimento para mi bien querida Libertad.
Feliz viernes a todos. Feliz alimento. Feliz Cultura
a
Hoy es un nuevo viernes en el que necesito la Cultura como el pan, como cualquier lunes, martes, miércoles, jueves, sábado o domingo pues es el más certero alimento para mi bien querida Libertad.
Feliz viernes a todos. Feliz alimento. Feliz Cultura
a
martes, 7 de mayo de 2013
CAZANDO ESTRELLAS FUGACES en la 48 FERIA DEL LIBRO DE VALENCIA
Un año más he convivido con mis héroes y maestros, con amigos y familia, conocidos y no tan conocidos, en una maravillosa jornada en la Feria del Libro de Valencia. Bajo un enérgico sol, flotando allá arriba, en la inmensidad del azul infinito, infinitas posibilidades cuánticas sucedían en cada una de las casetas, en cada una de esos objetos imprescindibles y mágicos que esperaban el tacto de ese nuevo ser humano que prontamente iniciará un viaje sensorial y emocional como muy pocos son posibles en esta vida. Me encontraba de pie, firmando ejemplares de LABERINTO DE CELULOIDES y del recién publicado CAZANDO ESTRELLAS FUGACES, y pensaba, al contemplar todo ese discurrir de familias, parejas, solitarios, lectores o no, lo mucho que sus vidas podían ser cambiadas dependiendo de la elección de cierta o no cierta obra. Nuestras existencias son susceptibles del más amplio de los cambios por el encuentro con palabras que esperan con paciencia incluso de siglos, en el interior de un sencillo libro que será maestro, amigo, terapeuta o facilitador del conocimiento del mundo y, lo más importante, de nosotros mismos. Por ello, y por muchas cosas más, compren libros, y regálenlos a quienes bien quieren porque puede que sea la más bonita forma de estar con ellos conectados. Compren libros, y con ellos en mano vayan al Parque, busquen la sombra de unos tilos, dispónganse a disfrutar con esa persona especial de un picnic oriental, al tiempo que aperciben que se les han olvidado los palillos con los que comer esos tallarines ricos, y sin abandonar ese espíritu de niños soñadores, sírvanse de una navajita que siempre viene bien tener para elaborar improvisadamente esos cubiertos a partir de unas ramitas, como si dos Robinsones fueran en una particular isla inventada donde sea posible habitar, vivir, tan solo cazando estrellas fugaces... ya me entienden... o ya me entiendes tú...
viernes, 22 de marzo de 2013
FUERZA Y HONOR Sinopsis
En el año 2010, 2500
años después de la valiente hazaña de Filípides, el heraldo del general
Milcíades que cubrió sin descanso la distancia de unos 40 kilómetros entre
Maratón y Atenas para anunciar en la polis la victoria frente a los persas, se rindió homenaje a aquella hazaña con la
celebración de un milenario Maratón, con atletas de todas las naciones cubriendo la misma distancia desde el lugar mismo de la histórica batalla hasta el estadio Panatinaiko. De una
manera muy particular, el libro invita al lector a conocer los tres
meses de preparación para la gran prueba, viajando en paralelo en las
dimensiones y en el tiempo hacia aquellos momentos en los que se forjaría la
leyenda de Filípides. A medio camino entre el diario personal y la
novela histórica, este es un libro dedicado a todos los corredores o no del
maratón, a su historia y nobleza; pero sobretodo una invitación a afrontar la
vida y cualquiera de sus desafíos, más allá de los obstáculos, con Honor; y más allá de las dificultades, con Fuerza.
Muy pronto se publica en Leer-e mi nuevo libro. Permaneced atentos...
jueves, 14 de marzo de 2013
PERSECUCIÓN FALLERA…
(Homenaje
a las Fallas de mi infancia)
Hay una
perfecta y gratuita máquina para viajar en el tiempo. Se trata del silencio. Hay
una sencilla posibilidad cuántica para potenciar las imágenes, las sensaciones,
a las que uno quiere regresar. Se trata de cerrar súbitamente los párpados. Hay
un pequeño fundido a negro entonces que pronto abre a un plano general en el
que vemos un callejón despejado de un humilde barrio. El callejón tiene paredes
con pintadas diferentes. Son las paredes de una fábrica en cuyo interior los
hombres sencillos forjan metales. Con el sudor de sus pieles prematuramente
arrugadas y el esfuerzo de sus tensos brazos van consiguiendo día a día el
sustento para una familia de ese mismo barrio, para la educación de esos niños
que van a un colegio llamado Salesianos.
Es un día
cualquiera de entresemana pero no se escuchan los típicos ruidos metálicos
propios. No hay nadie en ese callejón en esa hora dormida de la mañana. Porque
en ese barrio, en esa ciudad, es jornada de fiesta. Luce un sol enérgico sobre
los sencillos edificios coronados por ajadas antenas de televisión, las nubes
fluyen suaves, delgadas, tímidas en ese cielo límpido y discreto. Seguimos en
ese barrio, en ese callejón, en ese silencio que pronto se quebranta por el
chillar brioso y resuelto de un montón de niños que ocupan traviesamente el
lugar para un nuevo experimento. Uno de ellos ha conseguido robar un par de
muñecas “Barriguitas” a su hermana pequeña, y tras haber ido al quiosco del
señor Antonio a agenciarse de varios tipos de petardos, se reúnen en un rincón
de la fábrica que hoy se encuentra cerrada. Colocan y encienden unos masclets entre
los bracitos de las pobres muñequitas, y salen corriendo unos metros para
presenciar, como si de un experimento atómico se tratase, cómo restallan las
pieles y los bracitos de plástico. Tal vez se trata de una venganza personal,
urdida tras haber roto la hermana pequeña hace unos días, por todas partes, un
madelman buzo en la bañera. Y tal vez por ello Alberto ríe con su dentadura
mellada y la lengua roja con un chupachup Kojack. No reirá tanto dentro de un
rato cuando reciba de su madre una sonora y tal vez justa bofetada en la cocina
con aroma a puchero y buñuelos…
Si me paro a
pensar en las Fallas de hace treinta años -… Dios mío, treinta ya…- no me
encuentro en el barrio de mis padres porque ya mis padres estaban separados. No
me encuentro en el barrio de mi madre ni el de mi padre aunque tal vez esas
mismas noches me divida a dormir con ellos. No, si cierro los párpados y
regreso a aquellos primeros años 80, estoy en el humilde barrio de mis abuelos
maternos. Estoy en casa, esperando el almuerzo que me prepara mi abuela
Mercedes, un bocadillo de chorizo pamplonés con un poquito de mantequilla.
Mientras espero que me lo envuelva con papel de plata, mi abuelo Joaquín me
habla de cómo posiblemente las Fallas tienen su origen hace dos siglos cuando
los valencianos quemaban sus muebles y trastos viejos por San José, colocando
lo que se podía adivinar como figuras a base de palos y retales de uniformes
franceses para burlarnos del gabacho invasor. Mi abuelo me da un billete de
cien pesetas para comprar golosinas y petardos. Mi abuela el bocadillo.
- Ala, tu
bocadillo, que te lo comas todo –me dice mi abuela- Y ve con cuidado por ahí abajo
- Deja al
chiquillo que se divierta.
- A las dos
a comer.
- Sí abuela.
Ese niño de
entonces no bajaba las escaleras corriendo, las bajaba saltando o volando hasta
llegar a la calle con prontos sonidos de bandas de música cruzando con sus
uniformes azules y sus firmes tambores vibrando. Recuerda los bares llenos de
gente despreocupada tomando aperitivos, sentados todos en sus terrazas o
apoyados en aquellos Seat 124. Ese niño de entonces va encontrándose con más
niños por el barrio cuyas calles están cortadas esos días de fallas de 1983. Se
une a la panda Jesús, Javi, Diego. Algunos van vestidos de falleros, o con el
blusón. Los demás con vaqueros y zapatillas de colores. La pandilla se va
haciendo cada vez más grande a medida que reclaman desde algún telefonillo que
baje otro más de los niños, y así lo hace con su correspondiente bocadillo
envuelto en papel de plata. De ahí al casal del barrio, donde otro de los niños
espera. Nos invitan a una fanta de naranja y a unos cacahuetes y, mientras
todos preparan la próxima aventura, el niño ese que soy yo entonces, siente un
mudo nudo al contemplar a aquella linda niña fallera rubia de perfecta y
cándida mirada azul que sonríe como un ángel entre las otras niñas falleras. Un
golpe en la cabeza por parte de Jesús me devuelve a la realidad. La niña se ha
percatado y ríe por la colleja que acabo de recibir. Comienza la persecución
con una velocidad inusual por mi parte detrás de Jesús, alimentada por la
gasolina de mi orgullo de niño. Los demás nos siguen. Salimos del casal. Jesús
corre más que yo, pero esta vez estoy dispuesto a alcanzarle. Se mete entre
coches aparcados, salta entre las paellas que están cocinando en la calle. El
humo de las mismas no me impide concentrar mi atención en mi presa a pesar de
que huele de maravilla. Entonces siento que tengo hambre. En un segundo
comienzo a recordar, sin detenerme, el bocadillo de mi abuela, y que no lo
tengo. Espero que alguien lo haya recogido. Ahora a por Jesús que dribla a unos
chicos más mayores que están lanzando bengalas hacia las azoteas del barrio.
Algunas señoras nos gritan que vayamos con cuidado. Sigue la persecución. Creo
que puedo alcanzarle. Sé que está cansado y que tendrá que tomar algo de aire.
Lo sé porque a mí me está pasando. Jesús alcanza la falla infantil y aprovecha
la misma para cubrirse de mí. Los demás nos alcanzan mientras nos desafiamos
más o menos sonrientes cogiendo aire y rodeando la barandilla metálica y
naranja que protege los diminutos ninots. Por un segundo alcanzo a ver a uno de
ellos que me saca la lengua como en burla. Siento que todo el mundo está
burlándose de mí en ese momento. Miro fijamente a Jesús. Se le cambia la cara.
Me concentro y salgo a por él como un rayo. Jesús reacciona. Continúa la
persecución. Mientras la banda regresa a la calle a ritmo de Paquito el
Chocolatero. Jesús se mete entre los músicos. Yo hago lo mismo. La persecución
sucede entre instrumentos y pantalones azul marino. Jesús alcanza la falla
grande. Nuevamente se escuda en la circular disposición de las vallas para
librarse de mí. Voy a por él hacia la derecha. Voy a por él hacia la izquierda.
Estamos en un bucle. De repente la voz de su madre suena con contundencia desde
el balcón.
- ¡Jesús!...
¡¿No tenías que traerme el pan?!...
Jesús se
gira hacia el balcón. Comienza a justificarse. Compruebo que el vigilante de la
falla anda distraído y salto la valla cruzando en recto en dirección a Jesús,
pisando el césped que rodea a los ninots. Un Adolfo Suarez con la nariz y el
mentón afilados me contempla con intensidad y seriedad. Seguidamente un Felipe
González con mofletes y dientes de conejo. Sobrepaso a los presidentes. Salto
la otra valla mientras el vigilante se apercibe y me grita. Alcanzo a un
despistado Jesús. Le devuelvo la colleja y me encuentro a mis compañeros de
pandilla riéndose. Me uno a ellos. Jesús nos dice que tiene que ir a por el
pan, que dónde le esperamos.
- En el
callejón – dice Javi mientras me devuelve el bocadillo.
Las Fallas
de 1983 me saben a chorizo pamplonés con mantequilla, a flash de fresa, a las
mejillas de pan de mi abuela, a chocolate con buñuelos y madalenas. Las Fallas
de hace 30 años acuden a mí con aroma a quiosquera pólvora, a colonia fresca, a
paella en la calle, a travesura en el callejón y a merienda de pan bimbo y
lingotín. Las Fallas de aquellos años son las de las sencillas sensaciones, la
de los tiernos valores mucho más genuinos y ciertos que los que sufrimos -que no
vivimos- en estas épocas donde los ninots podrían ser más serios y responsables
en los Congresos y Parlamentos, que los presidentes de cartón que nos gobiernan
como hace dos siglos lo hacían nuestros enemigos Bonapartes.
domingo, 3 de marzo de 2013
EL CHICO QUE QUISO IR EN TREN DESDE MANISES A HOLLYWOOD
Acabo de
enterarme y tras unos instantes de frío silencio creo estar escuchando cierta
habanera que llega melancólica y tierna desde el Rialto de hace unos meses
hasta mi casa esta noche. Hasta mí llega incluso, creo, la letra… “al pensar en
mí oirás decir Friolera adiós… “ Hasta mi ciertos recuerdos…
Por ejemplo el de aquella mañana fría en el
Retiro, pero para mí cálida -no obstante- como tantas decenas de jornadas en
las que incluso a bajo cero he sentido como actor el calor de los focos, el
abrigo del celuloide, la aventura palpitando en cada segundo de trabajo o sueño
o viaje entre cables, técnicos, maquilladores, claqueta y quiméricas anécdotas
de cómicos nobles. Recuerdo que interpretaba al camarero cómplice de pepe
Sancho a lo largo de la película “La mujer de mi vida” de Antonio del Real.
Recuerdo que en mi primera sesión me marcó las pautas, mi papel era muy pequeño
y a la llamada de Pepe que se encontraba con la maravillosa Leticia Brédice
tenía que acercarme a ver qué deseaban y tras el pedido me iba a mi otra marca
dentro del local donde esperaba la señal del ayudante de dirección para
marcarme la salida de nuevo con la bandeja ya preparada con las bebidas
solicitadas. Emulaba a Timothy Dalton y cómo portaba magistralmente su bandeja
en el Casino de “Licencia para matar” haciéndose pasar por camarero, así
trataba de llevarla. Recuerdo que en el ensayo, para fijar tiempos, llegar a la
marca, y ofrecerles las bebidas acompañaba con un texto improvisado mi llegada.
Me comentó Pepe que tuviera cuidado con improvisar texto, que a Nono no le
gustaba. Joven e inconsciente metí unas inocentes líneas recalcando lo que
habían pedido como aperitivo. Lo acabábamos de ensayar en privado, sin Nono
delante. Y en toma, todo iba a su tiempo, todo en su marca y tiempo. Y llego yo
y suelto…
- Aquí está
el whisky… y aquí tiene la fanta…
Y
súbitamente se oyó un enérgico y nada amable… CORTEN!
- Pero ¡¿qué
coño dice ese camarero?!, ¡en esta secuencia no tiene frase! ¡Las tiene
después!
Recuerdo que
Pepe se giró hacia Nono y le dijo sin mirarme…
- He sido
yo, que le he dicho al chico que metiera alguna frase cuando llegara con la
bandeja.
- Ah, bueno
–dijo Antonio del Real al tiempo que Leticia me sonreía con mirada cómplice-,
pues que no diga ahora nada. Vamos a por otra toma.
- Ya te lo
había dicho – me dijo paternalmente Sancho.
- Gracias
Pepe…
Pasaron los
años, coincidí con él en ocasiones, en rodajes, en algún Festival. Le hacía
gracia verme por Madrid, siendo también valenciano. Siempre le decía que a ver
cuándo trabajábamos juntos en teatro. Siempre me decía que lo tenía en mente. Y
esta temporada pasada sucedió, con “Los cuernos de Don Friolera” de Valle
Inclán, en el Rialto y previamente en Sagunto. La misma obra que trabajé junto
a mi querido Galiardo para cine, dirigidos por García Sánchez. Recuerdo a Pepe
vestido de Friolera el día de su último cumpleaños contándonos en el Rialto a
cinco minutos de la función que también cumplía 50 años de oficio porque a los
dieciocho se fue de casa cogiendo un tren para ir a Hollywood. Con una sonrisa
nos dijo que quería llegar a Barcelona, y de allí embarcarse en un barco para
América, pero que la policía en el tren, a la altura de Sagunto, le dijo que
regresara a casa porque era menor de edad. Nos contó esa anécdota y se dispuso
a entregarse una vez más a su público. Estaba entonces enfermo, mucho, pero con
silencio bravo, rotundo y admirable salía a escena cada noche soportando un
enorme y brutal dolor que parecía que se disipara con la caricia de los focos y
el calor de sus incondicionales llenando toda la platea. Y es que Pepe era muy
Sancho como para que lo sustituyeran.
Esta noche
me he vuelto a quedar sin Teniente Friolera. Pero sonrío porque sé que Pepe
está en ese tren en el que ahora sí ha despistado a los policías, y que la
locomotora ha saltado mágicamente al mar, y que así cruza el océano, sin vías,
con olas y delfines nocturnos en paralelo, bajo un cielo lleno de titilantes
estrellas, comiendo un bocadillo de blanc
i negre que le ha preparado su madre, rumbo desde Manises a un Hollywood en
blanco y negro también, o technicolor, donde besar los labios de Ava Gadner,
cabalgar al amanecer junto a John Wayne o plantarle con gabardina cara a Robert
Mitchum en una humeante calle peligrosa. Pero
si vuelven a pillarle los policías el sueño eterno seguirá tal vez, siendo los
labios de María Asquerino, el cabalgar junto a Sancho Gracia o el plantarle
cara con gabardina a Fernando Guillem, en una infinita y suave nebulosa.
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