domingo, 3 de marzo de 2013

EL CHICO QUE QUISO IR EN TREN DESDE MANISES A HOLLYWOOD



  
            Acabo de enterarme y tras unos instantes de frío silencio creo estar escuchando cierta habanera que llega melancólica y tierna desde el Rialto de hace unos meses hasta mi casa esta noche. Hasta mí llega incluso, creo, la letra… “al pensar en mí oirás decir Friolera adiós… “ Hasta mi ciertos recuerdos…
             Por ejemplo el de aquella mañana fría en el Retiro, pero para mí cálida -no obstante- como tantas decenas de jornadas en las que incluso a bajo cero he sentido como actor el calor de los focos, el abrigo del celuloide, la aventura palpitando en cada segundo de trabajo o sueño o viaje entre cables, técnicos, maquilladores, claqueta y quiméricas anécdotas de cómicos nobles. Recuerdo que interpretaba al camarero cómplice de pepe Sancho a lo largo de la película “La mujer de mi vida” de Antonio del Real. Recuerdo que en mi primera sesión me marcó las pautas, mi papel era muy pequeño y a la llamada de Pepe que se encontraba con la maravillosa Leticia Brédice tenía que acercarme a ver qué deseaban y tras el pedido me iba a mi otra marca dentro del local donde esperaba la señal del ayudante de dirección para marcarme la salida de nuevo con la bandeja ya preparada con las bebidas solicitadas. Emulaba a Timothy Dalton y cómo portaba magistralmente su bandeja en el Casino de “Licencia para matar” haciéndose pasar por camarero, así trataba de llevarla. Recuerdo que en el ensayo, para fijar tiempos, llegar a la marca, y ofrecerles las bebidas acompañaba con un texto improvisado mi llegada. Me comentó Pepe que tuviera cuidado con improvisar texto, que a Nono no le gustaba. Joven e inconsciente metí unas inocentes líneas recalcando lo que habían pedido como aperitivo. Lo acabábamos de ensayar en privado, sin Nono delante. Y en toma, todo iba a su tiempo, todo en su marca y tiempo. Y llego yo y suelto…
            - Aquí está el whisky… y aquí tiene la fanta…
            Y súbitamente se oyó un enérgico y nada amable… CORTEN!
            - Pero ¡¿qué coño dice ese camarero?!, ¡en esta secuencia no tiene frase! ¡Las tiene después!
            Recuerdo que Pepe se giró hacia Nono y le dijo sin mirarme…
            - He sido yo, que le he dicho al chico que metiera alguna frase cuando llegara con la bandeja.
            - Ah, bueno –dijo Antonio del Real al tiempo que Leticia me sonreía con mirada cómplice-, pues que no diga ahora nada. Vamos a por otra toma.
            - Ya te lo había dicho – me dijo paternalmente Sancho.
            - Gracias Pepe…       
            Pasaron los años, coincidí con él en ocasiones, en rodajes, en algún Festival. Le hacía gracia verme por Madrid, siendo también valenciano. Siempre le decía que a ver cuándo trabajábamos juntos en teatro. Siempre me decía que lo tenía en mente. Y esta temporada pasada sucedió, con “Los cuernos de Don Friolera” de Valle Inclán, en el Rialto y previamente en Sagunto. La misma obra que trabajé junto a mi querido Galiardo para cine, dirigidos por García Sánchez. Recuerdo a Pepe vestido de Friolera el día de su último cumpleaños contándonos en el Rialto a cinco minutos de la función que también cumplía 50 años de oficio porque a los dieciocho se fue de casa cogiendo un tren para ir a Hollywood. Con una sonrisa nos dijo que quería llegar a Barcelona, y de allí embarcarse en un barco para América, pero que la policía en el tren, a la altura de Sagunto, le dijo que regresara a casa porque era menor de edad. Nos contó esa anécdota y se dispuso a entregarse una vez más a su público. Estaba entonces enfermo, mucho, pero con silencio bravo, rotundo y admirable salía a escena cada noche soportando un enorme y brutal dolor que parecía que se disipara con la caricia de los focos y el calor de sus incondicionales llenando toda la platea. Y es que Pepe era muy Sancho como para que lo sustituyeran.
            Esta noche me he vuelto a quedar sin Teniente Friolera. Pero sonrío porque sé que Pepe está en ese tren en el que ahora sí ha despistado a los policías, y que la locomotora ha saltado mágicamente al mar, y que así cruza el océano, sin vías, con olas y delfines nocturnos en paralelo, bajo un cielo lleno de titilantes estrellas, comiendo un bocadillo de blanc i negre que le ha preparado su madre, rumbo desde Manises a un Hollywood en blanco y negro también, o technicolor, donde besar los labios de Ava Gadner, cabalgar al amanecer junto a John Wayne o plantarle con gabardina cara a Robert Mitchum en una humeante calle peligrosa. Pero si vuelven a pillarle los policías el sueño eterno seguirá tal vez, siendo los labios de María Asquerino, el cabalgar junto a Sancho Gracia o el plantarle cara con gabardina a Fernando Guillem, en una infinita y suave nebulosa.  

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