Acabo de
enterarme y tras unos instantes de frío silencio creo estar escuchando cierta
habanera que llega melancólica y tierna desde el Rialto de hace unos meses
hasta mi casa esta noche. Hasta mí llega incluso, creo, la letra… “al pensar en
mí oirás decir Friolera adiós… “ Hasta mi ciertos recuerdos…
Por ejemplo el de aquella mañana fría en el
Retiro, pero para mí cálida -no obstante- como tantas decenas de jornadas en
las que incluso a bajo cero he sentido como actor el calor de los focos, el
abrigo del celuloide, la aventura palpitando en cada segundo de trabajo o sueño
o viaje entre cables, técnicos, maquilladores, claqueta y quiméricas anécdotas
de cómicos nobles. Recuerdo que interpretaba al camarero cómplice de pepe
Sancho a lo largo de la película “La mujer de mi vida” de Antonio del Real.
Recuerdo que en mi primera sesión me marcó las pautas, mi papel era muy pequeño
y a la llamada de Pepe que se encontraba con la maravillosa Leticia Brédice
tenía que acercarme a ver qué deseaban y tras el pedido me iba a mi otra marca
dentro del local donde esperaba la señal del ayudante de dirección para
marcarme la salida de nuevo con la bandeja ya preparada con las bebidas
solicitadas. Emulaba a Timothy Dalton y cómo portaba magistralmente su bandeja
en el Casino de “Licencia para matar” haciéndose pasar por camarero, así
trataba de llevarla. Recuerdo que en el ensayo, para fijar tiempos, llegar a la
marca, y ofrecerles las bebidas acompañaba con un texto improvisado mi llegada.
Me comentó Pepe que tuviera cuidado con improvisar texto, que a Nono no le
gustaba. Joven e inconsciente metí unas inocentes líneas recalcando lo que
habían pedido como aperitivo. Lo acabábamos de ensayar en privado, sin Nono
delante. Y en toma, todo iba a su tiempo, todo en su marca y tiempo. Y llego yo
y suelto…
- Aquí está
el whisky… y aquí tiene la fanta…
Y
súbitamente se oyó un enérgico y nada amable… CORTEN!
- Pero ¡¿qué
coño dice ese camarero?!, ¡en esta secuencia no tiene frase! ¡Las tiene
después!
Recuerdo que
Pepe se giró hacia Nono y le dijo sin mirarme…
- He sido
yo, que le he dicho al chico que metiera alguna frase cuando llegara con la
bandeja.
- Ah, bueno
–dijo Antonio del Real al tiempo que Leticia me sonreía con mirada cómplice-,
pues que no diga ahora nada. Vamos a por otra toma.
- Ya te lo
había dicho – me dijo paternalmente Sancho.
- Gracias
Pepe…
Pasaron los
años, coincidí con él en ocasiones, en rodajes, en algún Festival. Le hacía
gracia verme por Madrid, siendo también valenciano. Siempre le decía que a ver
cuándo trabajábamos juntos en teatro. Siempre me decía que lo tenía en mente. Y
esta temporada pasada sucedió, con “Los cuernos de Don Friolera” de Valle
Inclán, en el Rialto y previamente en Sagunto. La misma obra que trabajé junto
a mi querido Galiardo para cine, dirigidos por García Sánchez. Recuerdo a Pepe
vestido de Friolera el día de su último cumpleaños contándonos en el Rialto a
cinco minutos de la función que también cumplía 50 años de oficio porque a los
dieciocho se fue de casa cogiendo un tren para ir a Hollywood. Con una sonrisa
nos dijo que quería llegar a Barcelona, y de allí embarcarse en un barco para
América, pero que la policía en el tren, a la altura de Sagunto, le dijo que
regresara a casa porque era menor de edad. Nos contó esa anécdota y se dispuso
a entregarse una vez más a su público. Estaba entonces enfermo, mucho, pero con
silencio bravo, rotundo y admirable salía a escena cada noche soportando un
enorme y brutal dolor que parecía que se disipara con la caricia de los focos y
el calor de sus incondicionales llenando toda la platea. Y es que Pepe era muy
Sancho como para que lo sustituyeran.
Esta noche
me he vuelto a quedar sin Teniente Friolera. Pero sonrío porque sé que Pepe
está en ese tren en el que ahora sí ha despistado a los policías, y que la
locomotora ha saltado mágicamente al mar, y que así cruza el océano, sin vías,
con olas y delfines nocturnos en paralelo, bajo un cielo lleno de titilantes
estrellas, comiendo un bocadillo de blanc
i negre que le ha preparado su madre, rumbo desde Manises a un Hollywood en
blanco y negro también, o technicolor, donde besar los labios de Ava Gadner,
cabalgar al amanecer junto a John Wayne o plantarle con gabardina cara a Robert
Mitchum en una humeante calle peligrosa. Pero
si vuelven a pillarle los policías el sueño eterno seguirá tal vez, siendo los
labios de María Asquerino, el cabalgar junto a Sancho Gracia o el plantarle
cara con gabardina a Fernando Guillem, en una infinita y suave nebulosa.
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