lunes, 30 de agosto de 2010

Comendador de la Orden Literaria Francisco de Quevedo






Dos momentos memorables en Villanueva de los Infantes el pasado 28 de agosto. En uno de ellos estoy sentado en la misma mesa que recogió las últimas palabras y sonetos de Don Francisco de Quevedo. Esa misma era su celda, esa misma su otra pequeña estancia donde durmió, y donde se abandonó al sueño último. Estoy sentado ahí horas antes de ser investido como Comendador de la Orden Literaria Francisco de Quevedo. Se me nota lleno de orgullo e ilusión en la foto. No fue para menos. Hoy mismo sigo con la responsabilidad del cargo que juré de por vida. Siempre he creído que todo escritor debe hacer un ejercicio crítico con el tiempo y los gobernantes que nos tocan si llega el justo caso. El poder de una palabra concreta puede ser mucho más inmenso que el que se piensa. Por ello hay ciudades como Valencia en la que se ha conseguido la casi aniquilación de toda la tradición editorial que en otros tiempos fue puntera. No hay que amilanarse ante los posibles y actuales Condes Duques de Olivares, señores untados en tramas de cemento y dudoso ladrillo. No hay que quedar en silencio ante las políticas nefastas en contra de la educación, la cultura y el libre pensamiento. Debemos de preservar al individuo como se infinito y único cuyas ideas han de surgir libres y respetables con una base socrática de fondo. Hoy se precisan las quevedianas formas, en el tiempo en el que sólo se fomenta la conquista fácil de ese obtuso y fosco señor llamado Dinero.

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