Uno queda contemplando esta foto y puede sumergirse en un sin fin de historias. No solo por sentirse conectado a ese lugar como si de una vaporosa, privada y nubil Arcadia se tratara, sino porque la disposición de los elementos humanos y arquitectónicos en blanco y negro así lo proponen. Yo mismo viví muchas dulces experiencias en un lugar casi exacto al mismo de esa foto cincuenta años después. Ya no era en blanco y negro y sí en blanco y celeste. Allí sucedió mi infancia redonda y perfecta, en ese lugar maravilloso. También mi adolescencia y mis primeros besos con sabor a sal del mediterráneo infinito. Me pelaba las clases de Macroeconomía y Estadística para leer a Aleixandre y Neruda al tiempo que entregaba mi piel a ese sol enérgico que últimamente ya no nos visita como antaño. Incluso rodé una película inolvidable llamada TRANVIA A LA MALVARROSA.
Hoy, ese mágico lugar permanece inalterable en mi memoria, así mismo casi todas mis vivencias. Prefiero visitarlo con el pensamiento y no con mis ojos, porque cada vez que se aproximan a la playa de la Malvarrosa se encuentran con esta realidad bien distinta...
¡Maravillosa entrada! El sábado pasado estuve allí contemplándolo y no pude evitar hacerle una foto con mi blacberry!!
ResponderEliminarSiempre que lo miro, me imagino aquellos años de glamour y esplendor entre tras esos muros que separaban ese trozo de arena que tenía justo delante a disposición de sus huéspedes, del resto de playa... Imágenes dignas de una película de Luchino Visconti.