Recuerdo cuando un histórico del PSOE me dijo que se había acercado a la Plaza de Sol durante las acampadas del 15 M con cierto escepticismo y que había regresado a casa pensando en que lo que estaba pasando era algo muy potente y transformador que no se debía subestimar.
Recuerdo cuando un alto cargo del PP en Valencia me comentó a los pocos días en una cena, que se había ido a casa después del trabajo a quitarse el traje, que se puso un suéter y unos vaqueros, y se acercó así a la plaza con cierto escepticismo también, y que había regresado con la constatación de que sólo había radicales y perros flauta.
Recuerdo que le dije que yo había estado allí, y mucha gente que él conocía desde adolescente, de mismos colegios privados, y también sus padres; y también incluso mucha otra gente a los que el alto cargo hubiera considerado incluso simpatizantes de su mermada gaviota. Y recuerdo que me miró con ese aire altivo que adoptan los que sienten condescendencia por los que no creen en sus dogmas.
Recuerdo que tiempo después conocí a Pablo Iglesias junto a Alberto Garzón en un Teatro que se transformó en Parlamento una noche en la que el Parlamento seguía siendo un Teatro. Recuerdo que sentí que algo poderoso estaba a punto de comenzar. Lo mismo que sentí al asistir a las asambleas de las plazas.
Recuerdo que les sugerían los políticos convencionales a los del 15 M que si querían cambiar algo que se presentasen a las elecciones. Así lo hicieron y 1.200.000 españoles les dieron su voto.
Recuerdo que en las mesas electorales no contabilizaron ningún perro, ninguna flauta. Pero sí el silente rumor de ciertos clamores todavía persistentes en las despejadas plazas.
martes, 27 de mayo de 2014
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