Artículo que me han pedido para la Universidad Miguel Hernández de Elche
En estos
momentos en los que estamos, no sé si viviendo, quizás sufriendo en Europa, una
camuflada Guerra Mundial que está derivando en la aniquilación de mucho
territorio socio-económico conseguido a partir de la lucha de tantos y tantos
que nos precedieron; en estos momentos en los que estamos en medio de una época
que no muere y otra que no termina de empezar a nacer, que es como definía
Brecht un período de crisis; en estos momentos de supervivencia, más que nunca
y como cada una de las veces que la humanidad se ha encontrado ante una brecha
existencial, moral, ante un nuevo abismo, es cuando el Teatro ha de permanecer más
vivo, y más ha de mantener su pulso, su latido, con mayor vehemencia de poética
y protesta, regresando a su primitiva esencia, a su mínima expresión si es
necesario, o mejor dicho si no nos queda otro remedio. Pero, ya sea mediante la
danza, la expresión corporal, o con texto escrito en cualquier idioma que al
cobrar viva carne y alta voz en la escena se convierte en universal lenguaje;
ya sea en cualquiera de las disciplinas, debemos ponerle al hombre o a la mujer
un espejo ante sus propias condiciones o naturalezas, ante sus propios momentos
porque es urgente un Teatro que no haga olvidar a las personas de hoy y del
mañana, el tiempo que desde hace unos años estamos viviendo donde se nos está
vendiendo una problemática financiera cuando en realidad se trata de una
incuestionable farsa orquestada por unos pocos que se enriquecen millones de
veces más a costa de empobrecernos más o menos millones de veces a todos y cada
uno de nosotros.
El Teatro no
puede dejar pasar esta oportunidad histórica. Los autores tienen una ocasión de
oro de cuestionar a los dioses, esos actuales señores de corbata y pelo
engominado que calibran con suavidad cifras y balances que repercuten en una
mengua de nuestro bienestar social. El Teatro eso debe hacer como plataforma de
pensamiento crítico y libre, aunque sufra una persecución en forma de cifra,
21%, pues es el tiempo de las cifras como armamentos tangibles, no ya las
metralletas o los distintos proyectiles, sino la de los números, los
porcentajes, que aniquilan a las sociedades como arma bacteriológica, poco a
poco y de las más vil de las formas, que es matando las esperanzas y las
ilusiones de millones de personas, que poco a poco contemplan con interrogantes
funestos su fosco futuro. El Teatro tiene entonces la obligación moral e
histórica de resarcir esa esperanza, esa ilusión, aunque sea en la calle bajo
la lluvia, en la carpa parcheada, en el garaje prestado, en un piso cualquiera.
No es
momento de lamentarse demasiado. Es momento de pasar a la acción, de actuar,
paradójicamente actuar, de ser conscientes desde nuestra plataforma y con
nuestras herramientas propias que estamos viviendo una oportunidad única de
provocar un cambio. Es momento de plantearse cambiar el mundo desde un
escenario cualquiera a partir de sesenta o menos folios. Es momento de creer en
ello. Es momento de no tener miedo. Es
momento de pensar menos en uno mismo y sí en conciencia colectiva. Es posible,
creadores, porque es nuestro momento por mucho que pretendan lo que tantas
veces a lo largo de los siglos, silenciar nuestras voces, neutralizar nuestros
rostros. Jamás lo conseguirán. Porque jamás lo consiguieron.