lunes, 19 de noviembre de 2012

Había una vez...



Había una vez un Circo… Primero fue en blanco y negro. Luego fue en color. Había una vez meriendas con nocilla todavía con el uniforme del colegio puesto, las piernas colgando en la silla de los abuelos, y los ojitos como canicas brillantes pegados sin parpadeo alguno al televisor. Había una vez una televisión que era como una caja en ocasiones interesantes, y no como un artefacto plano en diseño y contenidos aberrantes. Había una vez unos seres vestidos de rojo que nos hicieron a muchos niños reír, soñar, cantar, y sentir que los mayores podían ser gente amable, divertida, y la vida misma algo con fácil resolución.
            Había una vez uno de esos señores regocijados y vestidos con amplias camisolas rojas, que despertaba una alta simpatía en el niño que fui y que tal vez vuelvo a ser esta noche queda y no sé si triste. Tal vez porque me recordaba a mi abuelo Joaquín, tal vez porque aquel señor tenía un ángel especial para saber traspasar con su enorme gorra escocesa, su guiño inolvidable o su sonrisa cándida los fríos objetivos de las cámaras, los cables y las pantallas de los televisores, para alcanzar así los salones familiares, y quedarse a merendar con todos y cada uno de los niños a los que se les preguntaba en grito pero con educación decimonónica: ¿Cómo están ustedes?...
            Querido Miliki, dicen que la patria de cada uno es su propia infancia, y esta noche nuestra patria anda mucho más huérfana. Yo te llevo últimamente en el escenario, cada vez que me encuentro arriba, en el Rialto, y siento las luces mágicas de los focos que me devuelven a aquella vez primera en la que pediste la colaboración de niños para tu siguiente número y yo salté para sorpresa de mis padres en el Circo montado en la plaza de toros. Llegué corriendo el primero. Así fue como gané mi primer “casting”. Te vi tan gigante, fui tan feliz cuando acariciaste mi mejilla, cuando “actué” contigo. ¿Sabes?, esa fue la primera vez que sentí el calor de los focos. Y fue contigo.
            Nos preguntaste ahí en directo, compartiendo contigo la arena del Circo: ¿Cómo están ustedeees?...
            Y respondimos al unísono con el pecho lleno de música, travesura, triunfo y felicidad límpida… Bien!!!... Y es cierto, qué bien estábamos contigo, qué bien que estábamos entonces…
            Pero todo eso fue una vez… Y hoy en vez de aquello, tus niños no están tan bien porque ya se hicieron grandes, incluso Susanita, que en vez de ratón ahora tiene una farmacia con muchos impagos, y una asfixiante hipoteca que no le permitirá si quiera llevar al circo a sus dos hijas la próxima Navidad. Incluso Don Pepito, que ya falleció; y Don José, que está siendo cuidado por sus hijos, sin mucha ayuda estatal. Incluso el coche de papá, con el que se iba a pasear, con el que el viajar era un placer, pero que fue vendido para poder pagar las deudas que se acumulaban en la tienda con los proveedores.
            Y es que a todos nos pica la nariz, porque solo tres pelos tienen ya nuestras barbas, porque España, Miliki querido, es ya hoy una Gallina turuleta que no pone un huevo, que no pone dos, que no pone tres, cuando fue mucho tiempo un Circo lleno de alegría y de color.
            Creo que deberíamos salir mañana todos a la calle con narices rojas. Y al encontrarnos saludarnos: Hola Don Pepito… Hola Don José…Pero no sólo como señal de amable duelo, sino tal vez como solución posible a todos y cada uno de nuestros serios, grises y actuales días.

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