En Tranvía a la Malvarrosa, Vicente Parra
interpretaba al Padre Cáceres, el confesor de los pecados que cometía conmigo,
y con unos cuantos gamberros más, un jovencito Liberto Rabal. En aquellas
secuencias de confesiones y livianas penitencias, un histórico galán del cine
español pasaba apaciblemente el testigo a otro galán suave en ciernes. En el
cine en ocasiones se producen momentos históricos cuyo valor documental no se
aprecia hasta después de un rodaje, tal y como explicó en cierta ocasión José
Luis García Sánchez. Y es que poco después del estreno de la película en la que
Parra, metido en sotana, le dijera a Liberto aquello de… Serías un santo si no hubieras caído en esta Babilonia que es Valencia…,
el galán eterno y suave abandonó el mundo para habitar en él por siempre en
los celuloides.
Cuando
regreso a la película, a aquel rodaje del 95, que es regresar a aquella
Valencia de los años cincuenta, sonrío siempre ante el entrañable momento de
Parra diciéndole a Liberto ¿Ya tienes novia?...
Una novia puede llevarte a Cristo mejor que tu padre que es un antiguo… Se
lo afirmaba al tiempo que sonaban en la calle las notas que anunciaban el paso
del afilador, sonido que me remite siempre a las infancias, a las calles, a las
casas de los abuelos, hasta donde trepaban también aquellas notas sopladas en
su totalidad de arriba abajo, de abajo a arriba, alcanzando el balcón, e
introduciéndose en el interior de esa casa sencilla con aroma a perejil, a
tomate de huerta, a tabaco negro, a colonia familiar, a frutas de estío, y a todos los efluvios, en fin, que en la
cocina la abuela originaba a fuego lento, y que se filtraban hasta el pequeño
salón donde un niño moreno y peinado como un futuro galán, quedaba extasiado
frente a las películas que emitían en la televisión Blaupunkt de carcasa de
madera, y que olían a caracoles con tomate, a paella de pollo y conejo, a
pimiento y a berenjenas al horno… Sí, así olían las películas de la tele. Y si
me apuran, así olía Alfonso XII.
-
¡Mercedes, corre ven, la película de Alfonso XII!
Mi
abuelo Joaquín abandonó los naipes de su Solitario y quedó fumando su ducados
frente a la tele, cantando: “¿Dónde vas Alfonso XII, dónde vas triste de ti?”… Mi
abuela salió de la cocina limpiándose las manos y quedándose a contemplar sonriente
a su majestad Vicente Parra.
-
¡Calla Joaquín! – Mi abuelo dejó de cantar- Ay qué guapo Vicente Parra… Qué
fino…
-
Y de Denia.
-
No –corregía mi abuela- de Oliva.
El
afilador continuaba en la calle su paso. El mismo afilador que acontecía bajo,
en la calle del celuloide, algo más de diez años después en el matinal y
protocolario pase del cine de Madrid.
Vicente
Parra nació en Oliva en febrero de 1931, dos meses antes de que naciera también
una República con reformas en educación y cultura popular que, de haberse
establecido sin el criminal quebranto de los militares, podría haber generado
una existencia algo más liviana y merecida que la que padeció en silencio el
conocido actor. Con todo, en plena dictadura tuvo unos cimientos rotundos en
las compañías de Luis Prendes y Amparo Rivelles. Pero su mayor éxito fue en el
cine, ¿Dónde vas Alfonso XII?, de
1958; y su posterior secuela ¿Dónde vas
triste de ti?. Títulos paradójicos o premonitorios, ya que la España oscura
de la dictadura de Franco no podía aceptar a un Rey Alfonso XII con tendencias
alejadas de Marías, y más próximas a otras masculinas mercedes. Era educado,
muy generoso, y nada le gustaba más que aquellas tardes que pasaba junto a su
querida amiga Sara Montiel, viendo películas en video de Greta Garbo, o de
Marlene Dietrich, en una especie de discreto crepúsculo de nacionales dioses. Haber
compartido con él cartel en una película es algo que me hizo mucha ilusión.
Pero no tanta como a mi abuela Mercedes.
(artículo para el libro conmemorativo de los 150 años de LAS PROVINCIAS)